Agnès Varda
En una escena de Los espigadores y la espigadora (2000), quizás su documental más célebre, Agnès Varda viaja por carretera intentando cazar los coches con sus dedos. Es un juego de perspectiva, casi una broma de la cineasta con sus espectadores, pero también una señal inequívoca de su personalidad, de su mirada única hacia el mundo que la rodeaba. Era una mujer que veía más allá de una pintura clásica, de un montón de basura o incluso de una patata con forma de corazón. Para la francesa, la realidad estaba llena de pequeños detalles que nos hacen reflexionar sobre quiénes somos y cómo nos relacionamos con nuestro entorno.
Agnès Varda ha fallecido hoy a los 90 años siendo un referente del cine femenino y feminista. Uno de los pocos que han conseguido colarse en un "canon" abrumadoramente masculino y la única que gozó de protagonismo durante la Nouvelle Vague, donde frente a clásicos como Los 400 golpes y Al final de la escapada ella puso su magnífica Cleo de 5 a 7 (1962). En aquel relato demostró su talento para la ficción en una historia que habla sobre la experiencia femenina, el dolor, el miedo y la autoestima, pero algunas de sus películas más destacadas serían en el campo del documental.
Fuese en el género, medio o contexto que fuese, el estilo de Varda formó parte del movimiento que cambió nuestra forma de ver las películas y, particularmente, cambió el modo en que hablábamos de las historias de mujeres.
Desde su ópera prima, La Pointe Courte (1955), ya demostró la fragilidad de las barreras entre realidad y ficción (combinó una historia matrimonial ficcionada con las vidas de los habitantes reales del pueblo) y volvió a hacerlo más adelante con la emotiva Jacquot de Nantes (1991), un retrato del amor de su vida, el también cineasta Jacques Demy. Pero eso no es lo único que mostraba ese planteamiento: también que Varda estaba dispuesta a jugar con la forma y el fondo, a extraer toda la creatividad posible del medio cinematográfico para crear un arte único, diferente, innovador y revolucionario, que no sólo llevó al cine durante su vida, sino a otras disciplinas artísticas.
Pero si en algo destacó la francesa fue en llevar a la gran pantalla las batallas políticas en las que ella misma estaba involucrada durante las décadas de los 70 y 80. Un gran ejemplo es el de Una canta, la otra no (1977), la historia de dos amigas a través de la Segunda Ola del feminismo y los movimientos proabortistas de la época. Varda hizo suyo el lema de "lo personal es político" a través de las vidas particulares de sus personajes, ya fueran reales (su cortometraje 'Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe' confrontó la experiencia de las mujeres bajo un sistema profundamente patriarcal) o de ficción (como en 'Documenteur' (1981), sobre una divorciada condenada al ostracismo).
Con Sin techo ni ley (1985), Varda empezó a encontrar un equilibrio brillante en un discurso feminista transversal, consciente de las diferencias de clase tanto o más que las de género. Por esta película ganó el León de Oro en el Festival de Venecia y se consolidó como una cineasta imprescindible. Una que supo sobrevivir -más aún: triunfar- en el cambio hacia el digital reflexionando sobre el medio, la sociedad cambiante y sobre su propio legado como directora de cine (de nuevo, en el brillante Los espigadores y la espigadora). Y sobre su propio arte en diálogo con el mundo no dejaría de reflexionar hasta el mismo año de su muerte.
Varda no era una mujer de grandes discursos, sino de grandes películas. En ella encapsuló sus ideas, sus luchas, sus preocupaciones, sus recuerdos. En su última etapa -¡ya como octogenaria!- se lanzó por entero al documental para intentar dar sentido de alguna forma a nuestra sociedad moderna. En Caras y lugares (2017), su penúltima producción por la que estuvo nominada al Oscar a Mejor Documental (aunque ya había recibido una estatuilla de honor unos años antes), es un último alegato sobre su conciencia de clase, el por qué importan las historias de la gente corriente y dónde acaban -si es que acaban- sus ambiciones artísticas. También fue el filme en que Jean Luc Godard la hizo llorar, y es algo que no le perdonaremos nunca. El broche a una carrera impecable e infravalorada lo pondría en el pasado mes de marzo en el Festival de Berlín con el documental Varda by Agnès (2019). Ahora sí, su último adiós.
En una entrevista para FOTOGRAMAS, la cineasta aseguraba que, "si comparamos la situación de la mujer con la de principios del siglo XX, ha habido un gran progreso". Y añadía: "Hay 50 veces más directoras que cuando empecé, ¡pero no hay que parar!". Con su legado vivo en la historia del cine y su espíritu de lucha y constante búsqueda de la originalidad como mantra vital, despedimos a una mujer que abrió un camino para todas las que vinieron después. Y que aún le queda impulso para inspirar a las que están por venir.
Mireia Mullor
29-3-2019
Películas programadas
Cleo de 5 a 7 (1961)
Les plages d'Agnès (2008)
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