el cine de mi casa

Alfred Hitchcock:

Etapa inglesa

 

En la patria de Conan Doyle y de Edgar Wallace, Hitchcock fue quien prosiguió con mejor fortuna la rica tradición de la narrativa policíaca, aunque poniéndole sus gotas de ironía jesuítica. Su nombre comienza a sonar con El vengador (The Lodger 1926) y el productor John Maxwell le confía la realización de la primera película sonora del cine inglés: La muchacha de Londres (Blackmail, 1929), en la que una joven (Any Ondra), novia de un detective, comete un homicidio y tiene que ser arrestada por su novio. En Murder (1930) Hitchcock utiliza por vez primera en el cine, simultáneamente a La edad de oro de Buñuel, la voz en off como monólogo interior de un personaje. Ciertamente, no carece de inventiva este grueso y flemático inglés, que después de oscilar entre la comedia amable y el género policíaco se ha decidido finalmente por el último, en el que llegará a ser un consumado maestro.

 

Apartándose de caminos trillados, rehúye los tradicionales ambientes insólitos o truculentos para situar sus intrigas en medios cotidianos y domésticos, entre gentes normales y prosaicas que ven de pronto sus existencias sacudidas por el ramalazo de lo extraordinario. Esto da a sus películas cierto sabor documental y fuerza de veracidad. Está también la ironía, que hace ceder la brutal tensión psicológica de sus suspenses, anglicismo (to suspense: mantener en vilo) que se hará de uso común entre las gentes gracias a su obra. Claro que el suspense no lo ha inventado Hitchcock y es incluso anterior a los cuentos que desgranaba la ingeniosa Scherezade para mantener en vilo el interés del califa y salvar así su cabeza. Pero Hitchcock sublimará su técnica jugando con los nervios y con el masoquismo de los espectadores. Sus narraciones progresan implacablemente manteniendo siempre oculto un elemento importante de la intriga, hasta poner su interés al rojo vivo. Hitchcock ha propuesto el gráfico ejemplo del señor sentado en una silla bajo la que se oculta una bomba de relojería, de la que sabemos que estallará, pero ignoramos en qué momento.

 

Dotado de un estilo brillante y efectista, Hitchcock demostrará su prodigiosa habilidad en El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1934), 39 escalones (The Thirty-nine Steps, 1935) y Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938), su penúltimo film inglés y uno de los mejores de su primera etapa, que fue rodado íntegramente en el estudio, utilizando maquetas o el decorado interior de un vagón de tren. Con sus ingeniosas intrigas Hitchcock se adelanta a la ulterior evolución de la narrativa policíaca, sazonando la pura aventura con ingredientes de orden psicológico, social o moral. De todos modos, no es cosa tampoco de tomarse muy en serio a nuestro hombre, porque él tampoco se toma siempre las cosas en serio, como se verá con más claridad en su siguiente etapa norteamericana, donde a veces tendremos la impresión de que se toma, en cambio, al pie de la letra su famosa boutade: «¿Qué es el cine? Un montón de butacas para llenar.»

 

Román Gubern

Historia del cine

 

 

Películas programadas

 

El enemigo de las rubias (1927)

39 escalones (1935)

Posada Jamaica (1939)

 

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